Cada 17 de septiembre se celebra el Día del Profesor, en recuerdo de José Manuel Estrada, un profesor, escritor y político argentino recordado por sus aportes a la educación del siglo XIX, que promovía la difusión de la enseñanza para todos los ciudadanos. Sus escritos y trabajos en cargos públicos, tenían como objetivo ampliar el alumnado en el país y mejorar la experiencia de aprendizaje.
En el marco de esta conmemoración, una docente jujeña compartió con el portal de noticias de UnjuRadio, una reflexión profunda y crítica sobre su carrera, desafiando algunas de las aseveraciones más comunes sobre la docencia.
La Docencia: ¿Sacerdocio o Profesión?
«Si me piden hablar de mi carrera docente, creo que es importante hacer algunas aclaraciones previas, de aquellas aseveraciones que se escuchan generalmente en estas fechas: ‘la docencia es un sacerdocio, cargado de sacrificios y vocación’. No pongo en duda la vocación, pero no como esa mágica marca innata, sino como una construcción personal basada en la experiencia. Sacrificios: que no suelen exigirse a la mayoría de las demás profesiones. Sacerdocio: no se trata de una actividad religiosa, libre de emociones humanas, atada a un voto de pobreza constante, ni mucho menos. Se trata de una carrera profesional.»
La Nostalgia de los Profesores de Antes
«Profesores eran los de antes», dependiendo del contexto, es posible que hasta esté de acuerdo. Muchos de mis profesores eran personas cultas, profesionales y empáticas (cuando este término no nos atormentaba en cada texto pedagógico). No eran nuestros niñeros, ni eran presionados para aprobar a los alumnos. Existía un profundo respeto por su libertad de cátedra y su labor.»
Vocación y Realidad
«Salvadas estas aclaraciones, puedo decir que no siempre los docentes nacieron con un gen de tiza y borrador. Muchos en aquel tiempo no contábamos con la posibilidad de emigrar a otras provincias para seguir un sueño, y tal vez el más cercano fue una carrera de formación docente. Sin embargo, una vez en las aulas, para mí, se convirtió en la versión gráfica del dicho ‘aprender a amar lo que haces’, por una cuestión de enorme respeto no solo por las jóvenes vidas que se ponían y aún se ponen a mi cargo por unas horas, sino también por respeto a mis convicciones y valores.»
Transformar Realidades
«La idea loca de mejorar la realidad de mis alumnos, de poner en sus manos las herramientas necesarias que les permitan dejar de ser testigos indefensos de los cambios sociales, para comenzar a ser actores transformadores. Dejar huellas en sus caminos educativos, pero también dejarlas en sus corazones. En muchas ocasiones ‘perder una hora de clase’ para conversar sobre algún tema relacionado con los valores o los sentimientos, tratar de contribuir con la resolución de conflictos o simplemente escuchar o hasta reírnos juntos, pasa a ser un hecho más importante que tratar de completar un programa inconexo producto de un diseño pedagógico incomprensible.»
El Verdadero Reconocimiento
«Como docente nunca recibí un reconocimiento oficial, no lo espero ni lo anhelo. Ninguna autoridad entendería nunca la enorme emoción, alegría y orgullo de recibir el cariño de un alumno hoy profesional, trabajador o padre/madre de familia, o de quien se convirtió en docente ‘por usted’. Esos son los premios a nuestro trabajo hecho con ganas de verlos progresar y crecer.»
Un Puente hacia los Sueños
«Yo nunca me consideré modelo de nada, siempre les dije a mis alumnos que ellos deben superarme. Solo soy el puente que espero les sirva para acceder al cumplimiento de sus sueños en esta vida.»
Las palabras de la docente, en un contexto donde la educación enfrenta múltiples desafíos, nos recuerdan la importancia de valorar y apoyar a quienes dedican su vida a la enseñanza. La docencia no es una profesión que transforma vidas y construye futuros.
Hoy, la sociedad en su conjunto debe reconocer reconocer y respetar el esfuerzo y la dedicación de los docentes, quienes, con su trabajo diario, siembran las semillas del cambio y el progreso en nuestra sociedad.
